sábado, 22 de marzo de 2014

Leopoldo María Panero ha muerto.

Leopoldo María Panero ha muerto. Mataba onetwothreefourfive pidgeons just like that, y cabalgaba su semental de plata. Jesus, era un hombre apuesto. Dime ahora lo que has hecho con tu hermoso muchacho de ojos azules, Señor Muerte.
Tras esperar a que todos los demás Paneros (su padre Leopoldo, sus hermanos Juan Luis y José Moíses, su madre Felicidad Blanc), ya se hubieran hecho polvo debajo de las heridas en la tierra que fueron su última morada, ahora sí su cerebro desnudo, obseno como un sapo, yacerá también entre otros sepulcros. O no yacerá, si lo creman, como se ha mencionado.
A su padre, Lepoldo Panero, te lo llevaste primero y eso nunca dejó de afectarle, hasta en un poema le reniega: “Pero no sólo los mendigos, padre, van al paraíso/ van también aquellos que aun más asco dan/ también estos mendigos del ser que acechan/ a la puerta del manicomio/ esas caricaturas humanas, tal como esta/ que Alicia se piensa en el/ jardín no/ humano de las flores”. Él aún no tenía ni diez años, aún no era un niño difunto. A Felicidad Blanc, en cambio, tardaste en llevartela, permitiendo que lo internara en un hospital psiquiatrico en su adolescencia, tras enterarse de que Leopoldo María quería consumir drogas. A ella le escribe “y hablemos quedamente para que nadie nos escuche/ ven, escúchame hablemos de nuestros muebles/ tengo una rosa tatuada en la mejilla y un bastón con/ empuñadura en forma de pato/ y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra/ y ahora que el poema expira/ te digo como un niño, ven/ he construido una diadema/ (sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)”.
La historia de su familia puede resumirse en dos películas: El desencanto y Despúes de tantos años, ambas disponibles en internet.
Más tarde, al volver a la sociedad, pasaría por la facultad de letras y la abandonaría para ingresar en movimientos revolucionarios, abando en la cárcel, componiendole poemas a los demás presos para seducirlos. ¿Pero qué sigue despúes de la cárcel, despúes de los problemas familiares? Los psiquiatricos de nuevo, más esta vez por voluntad propia. “El loquero sabe el sabor de mi orina/ y yo el gusto de sus manos surcando mis mejillas/ ello prueba que el destino de las ratas/ es semejante al de los hombres”.
Y desde el psiquiatríco, desde estar en el umbral de la puerta con los locos, Leopoldo María inicia la etapa más fructifera de su producción literaria, cambiando eventualmente de hospital, pero siempre rodeado esos pobres diablos drogados. A un hospital, de hecho, le decida un poemarío: Poemas del manicomio de Mondragón. Gracias a un fragmento de este libro, esta columna se llama así: “Y salió un homo azul diciendo adiós a los libros y mi mano que escribe: “Rumpete libros, ne rumpant anima vestra”: que ardan, pues, los libros en los jardines y los albañales y que se quemen mis versos sin salir de mis labios.”
A mi no me matan ni a balazos, dijo alguna vez en alguna entrevista. Una vez intentaron matarme en París con un lanza llamas, mi halo repelió el fuego y me dejaron en paz, me dejaron en paz; puntualiza en otra. Y finalmente, tras sesenta y seis años, te acordaste de él en la Palma de la Gran Canaría.
Ahora sí dime lo que has hecho con tu niño difunto de ojos azules, Señor Muerte.

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