Leopoldo María Panero ha muerto. Mataba onetwothreefourfive pidgeons
just like that, y cabalgaba su semental de plata. Jesus, era un
hombre apuesto. Dime ahora lo que has hecho con tu hermoso muchacho
de ojos azules, Señor Muerte.
Tras esperar a que todos los demás Paneros (su padre Leopoldo, sus
hermanos Juan Luis y José Moíses, su madre Felicidad Blanc), ya se
hubieran hecho polvo debajo de las heridas en la tierra que fueron su
última morada, ahora sí su cerebro desnudo, obseno como un sapo,
yacerá también entre otros sepulcros. O no yacerá, si lo creman,
como se ha mencionado.
A su padre, Lepoldo Panero, te lo llevaste primero y eso nunca dejó
de afectarle, hasta en un poema le reniega: “Pero no sólo los
mendigos, padre, van al paraíso/ van también aquellos que aun más
asco dan/ también estos mendigos del ser que acechan/ a la puerta
del manicomio/ esas caricaturas humanas, tal como esta/ que Alicia se
piensa en el/ jardín no/ humano de las flores”. Él aún no tenía
ni diez años, aún no era un niño difunto. A Felicidad Blanc, en
cambio, tardaste en llevartela, permitiendo que lo internara en un
hospital psiquiatrico en su adolescencia, tras enterarse de que
Leopoldo María quería consumir drogas. A ella le escribe “y
hablemos quedamente para que nadie nos escuche/ ven, escúchame
hablemos de nuestros muebles/ tengo una rosa tatuada en la mejilla y
un bastón con/ empuñadura en forma de pato/ y dicen que llueve por
nosotros y que la nieve es nuestra/ y ahora que el poema expira/ te
digo como un niño, ven/ he construido una diadema/ (sal al jardín y
verás cómo la noche nos envuelve)”.
La historia de su familia puede resumirse en dos películas: El
desencanto y Despúes de tantos años, ambas disponibles en internet.
Más tarde, al volver a la sociedad, pasaría por la facultad de
letras y la abandonaría para ingresar en movimientos
revolucionarios, abando en la cárcel, componiendole poemas a los
demás presos para seducirlos. ¿Pero qué sigue despúes de la
cárcel, despúes de los problemas familiares? Los psiquiatricos de
nuevo, más esta vez por voluntad propia. “El loquero sabe el sabor
de mi orina/ y yo el gusto de sus manos surcando mis mejillas/ ello
prueba que el destino de las ratas/ es semejante al de los hombres”.
Y desde el psiquiatríco, desde estar en el umbral de la puerta con
los locos, Leopoldo María inicia la etapa más fructifera de su
producción literaria, cambiando eventualmente de hospital, pero
siempre rodeado esos pobres diablos drogados. A un hospital, de
hecho, le decida un poemarío: Poemas del manicomio de Mondragón.
Gracias a un fragmento de este libro, esta columna se llama así: “Y
salió un homo azul diciendo adiós a los libros y mi mano que
escribe: “Rumpete libros, ne rumpant anima vestra”: que ardan,
pues, los libros en los jardines y los albañales y que se quemen
mis versos sin salir de mis labios.”
A mi no me matan ni a balazos, dijo alguna vez en alguna entrevista.
Una vez intentaron matarme en París con un lanza llamas, mi halo
repelió el fuego y me dejaron en paz, me dejaron en paz; puntualiza
en otra. Y finalmente, tras sesenta y seis años, te acordaste de él
en la Palma de la Gran Canaría.
Ahora sí dime lo que has hecho con tu niño difunto de ojos azules,
Señor Muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario