domingo, 12 de diciembre de 2010

Traigan su cabeza. (Bring back her head, Angelica)


She is pure Alice in Wonderland,
and her appearance and demeanor
are a nicely judged mix of
the Red Queen and a Flamingo.
-Truman Capote

¿Será cierto que la venganza es un plato que se come frío? Los peluches a su alrededor no responden, son silenciosos testigos de lo ocurrido en esa misma cama, no hace ni tres semanas atrás: piel buscando tocar piel, promesas rotas dichas al oído, el acto del amor consumado en esa misma cama en la que ahora mismo su cabeza se mese entre la dulce marea del sueño, esa marea aterradora que vuelve realidad por algunas horas los pensamientos más siniestros de las personas. ¿Será cierto? ¿Y qué ocurre si el platillo es servido ardiendo, justo cuando apenas ha sido retirado de la sartén? Los imagina en algún callejón, la piel de ella complaciendo a la de él, con todos esos regalos que aquella noche en esa cama repleta de peluches no se pudieron dar…El mar del sueño viene y va, va y viene, ha sido embarcada en un ferry con boleto directo a…
Se sienta en su áureo trono, mirando a sus cortesanos animales bajo ella. Ellos obedecerán todo lo que se les ordene, no como esos traidores amigos que le dan la espalda cuando más necesita una palabra amistosa. Exige al conejo blanco que traigan al prisionero. Los animales jurados del tribunal hacen todo tipo de exclamaciones, sus ruidos de animales la relajan, le dan la sensación de poder. Finalmente, lo hacen ingresar a la corte: aún tiene su corona, y su saco de piel carmesí, pero en sus mejillas se ven los besos pintados de esa intrusa de risos dorados.
-Estamos reunidos aquí hoy-declara el conejo blanco-, en el juicio que se efectúa contra su altísima majestad, por el cargo de adulterio.
Todos se sorprenden: adulterio.
-¿Tiene el acusado algo que añadir antes de iniciar su proceso?-pregunta el conejo.
El Rey no dice nada.
-¡Llamen al primer testigo!
Por la misma puerta por la que entró el Rey, entra el Sombrerero, siempre a la moda con su pelo planchado escapando del gran sombrero de colores pastel, y su ropa seleccionada según la ropa actual.
-¡Es un hipster de pacotilla!-grita alguien.
El sombrerero toma asiento.
-¡Yo lo vi con la niña de risos dorados! ¡Juro por estos dos ojos que el Tiempo espera comerse! ¡Estaban en el asiento trasero de ese coche!
Un halito de sorpresa rodea la cámara.
Confía en el Sombrerero, su testimonio no hizo más que afirmar algo que la Sota no haría más que confirmar.
-¡Es una criatura! ¡Ella ni siquiera es lo que debería ser!-, la Sota saca su espada y exclama levantándola al aire, cuando le toca su turno de declarar-: ¡Si le cortan la piel, la mocosa sangrará!
Aplausos por toda la sala.
Los ojos del Rey le suplican piedad. Eran los mismos ojos en los que ella había creído leer la sinceridad de las promesas realizadas en el acto del amor.
-¿Qué es lo que ordena, su majestad?-, pregunta el conejo blanco, consultando su reloj de pulso-. ¿Desea que le corten la cabeza?
No, no se merecía tanto honor.
-¡Tú, bastardo traidor, me traerás su cabeza! Tú mismo cortarás su cuello con la espada de la Sota, o mandaré a mi ejército de cartas a traerla por ti. Y gritaré: ¡traigan su cabeza! ¡Al que la traiga le daré dos tartas de arándanos!
La cara del Rey palidece.
-Pero….mi Reyna…
-¡Nada, nada! ¡Perdiste tu oportunidad! ¡Traigan su cabeza!
El ejército de naipes se presenta en la corte, y tras escuchar la tarea, sale como de rayo.
-Como no tuviste el valor de traerme su cabeza, ahora deberás quemar tu coche. Sí quemas frente a ti a ese adorado carro azul marino….Quizá mande retirar la orden de cortarle la cabeza a la infeliz.
El coche, conducido por la Liebre de Marzo, irrumpe en la corte, estrellándose con una de las camaradas de juristas. Los animales corren despavoridos.
-¡Mi querida Reyna! ¡Aquí está la evidencia!-anuncia haciendo una reverencia.
El Rey mira su coche.
-¿Lo harás?
-Quizá.
Se le dio un tanque de gasolina, y el Rey, dejando caer su corona al piso por la desesperación, arroja el combustible por todo el auto: al principio las manos le temblan, el combustible se derrama por todo el suelo, en lugar de sobre el coche, pero tras un grito más de “¡tráigan su cabeza!”, el Rey empieza a arrojarlo sobre los asientos de piel, sobre el volante, abrió la cajuela y la hecho sobre la llanta de repuesto, sobre el motor, y finalmente se le dieron los cerillos para realizar el rito. El primer cerillo se le apagaen la mano. El segundo antes de caer al coche, bañado en gasolina.
-La tercera es la vencida-dice desde su áureo trono, con desprecio.
La cerrilla encende. El Rey la arroja al coche y en unos cuantos segundos este es cubierto por las llamas, el depósito de combustible explota, y el Rey esta en primera fila para ver la destrucción de su tan adorado coche…
En eso, llega el ejército de Naipes, dirigido por la Sota, quien trae una bandeja de plata en su mano. Se acerca a ella, y al estar frente al trono muestra el trofeo: una cabeza repleta de bucles dorados, sangrante, sobre la plata.
-¡Pero dijiste…!
-Dije que quizá. Que quizá retiraría la orden. Jamás que lo haría.
El Rey se lanza a los pies del trono, llorando. No es más que un impostor, un rey fallido, piensa.
-¡Córtenle la cabeza!
Entonces, ¿es un plato más delicioso recién salido de la cocina? Quizá. La corte empieza a distanciarse y se le ocurre que quizá hable con algún flamingo o con el Sombrerero, pero no está segura…Regresa a su mente el coche helado, en algún callejón de la ciudad, con los vidrios empañados. Su cabeza. Desea su cabeza en bandeja de plata, al mismo tiempo que ve arder ese idiota carro azul, donde, al igual que en esa cama repleta de peluches, él le prometió las historias más cursis, igual que ahora debe hacerlo al oído rodeado por los bucles dorados.


sábado, 4 de diciembre de 2010

Música de la noche. (Skin of the night-M83)



Oh, Queen of the Night!
Well, she is deep inside!
She is haunting me!
-M83

No importa el color de su pelo, que se confunde entre la noche, ni el de su piel, que es iluminada por la luna; lo que importa, lo que verdaderamente debería importar tampoco son esas caderas como curvas y colinas en alguna carretera perdida, sino el ritmo que invade a todo ese cuerpo y permite que se mueva con la música secreta que la noche transmite a algunos seres: esa música que es mucho más poderosa que la creada por los hombres y que es una droga que estimula el comportamiento felino ya sea de pantera macho ya de pantera hembra: eso es lo que él ve desde dónde esta sentado, mientras siente que, también, al verla bailar, esa música empieza a adentrarse en su alma: es la melodía buscada de los trampas recorriendo el país encima de trenes, es la melodía de los que salen a recorrer las calles de la ciudad esperando encontrar la solución al dar vuelta en alguna esquina o al adentrarse a algún callejón, siempre necesitados de absolutos, de curas, siempre ansiando la paz. Ella puede ser la Reyna de esa noche. No, más bien: es la Reina de esa noche. En ningún otro lugar del mundo hay otro ser que este recibiendo esa música en ese preciso instante. Aunque su físico fuera diferente, la música seguiría ahí, y eso es lo importante. Si ella tiene la capacidad de recibir esa música es porque no es como los demás, porque difiere de todos los asistentes a la fiesta que contonean sus cuerpos siguiendo los ritmos fabricados por el hombre; de esa asquerosa música humana que en este caso es la peor de todas: la música popular, la música que se baila por inercia y no por gusto, no por expresión corporal. Por eso sabe que ella baila la música de la noche y por eso se pondrá de pie y se dirigirá hacía ella: quiere compartir esa música, quiere dejarla embriagar todas las células de su cuerpo, hundirse en ella y despertar en la mañana con aquello que los que recorren las calles buscan sin cansancio, sabiendo, o intentando ignorar, que no es en ese anacoretismo egocéntrico y arrogante de deambular por las calles o por el país, en el que se esconde la música, sino en esta pista de baile bañada por la iluminación de la luna y de las estrellas, por la embriagante iluminación de la luna y de las estrellas.
Ella le mira: sabe que ha descubierto su secreto. No se alarma ante ello: al contrario, mueve su cuerpo felino incitándome a ir a la pista. Siente la música dentro de su cabeza: le desinhibe.
Ya en la pista, junto a ella, abrazando esas caderas que en cualquier momento ordenan a sus manos lanzarle un sablazo, la mira directo a los ojos y comprende que quizá ella no sea sólo la Reina de esa noche, sino que sea la Reina de la Noche, pero no es una reina que busque a su rey, sino una reina, como Bathory, que adora la sangre de los inocentes. Y no es algo que le impida sumergirme en la marea de la noche y de la fiesta. Ya la música popular no importa. Ya los que les rodea no existen. Sólo existen una pantera, una vampiresa, mirando su platillo antes de devorarlo, y un hombre borracho de la noche, en un juego siniestro en el que alguno de ellos deberán perder la vida, sino es que ambos; un juego del que, si se sale, no se logra hacerlo completo: el juego regresa con las penumbras, especialmente los días en que uno se queda en casa, lejos de ese mundo nocturno: esa noche que empezó en una pista de baile bañada por la iluminación de la luna y de las estrellas: esos, quizá, universos paralelos a millones de años luz, donde otros dos seres escuchan la música que la falta de luz solar y calor producen, siempre bajo la embriagante iluminación de la luna y de las estrellas.

Tina. (Don’t save us from the flames, M83)



Sí, la carretera esta por ahí, el carro esta por ahí también, y tú estás en la carretera, pero también estás en el carro, y mi vista embriagada no logra conciliar el por qué; sabes que es verdad, que te encuentres en ambas partes, y que por más que yo grite tu nombre, ese nombre que sabe agrio y dulce a la vez como el caramelo de limón, no podré entender tan fácil lo ocurrido, porque el caramelo de limón jamás a ayudado a nadie en nada importante, no es más que un dulce, y uno delicioso, pero tras el cual aún siguen los asesinatos, las guerras, las ideologías ortodoxas que solo buscan oprimir; y que, todo eso, en ese momento, no parece más que la irrealidad, aunque sea tan real como este caminar dudoso hacía el coche, hacía la carretera, hacía donde esta tu cuerpo y hacia donde están esparcidos, por el asfalto, pedazos de su cerebro, de tu dulce cerebro, que pertenece al único nombre con sabor a caramelo de limón: Tina. Tina, quiero estar contigo y mantener esto como real el mayor tiempo posible, antes de que me seas arrebatada y te vuelvas irrealidad de una vez y para siempre.