sábado, 22 de septiembre de 2012

Al fuego con él (Reseña)



 
(Fahrenheit 451, Ray Bradbury)


Ray Bradbury ha regresado a Marte, su planeta natal, después de casi noventa y dos años de realizar experimentos con los humanos; durante su paso por la Tierra construyó con imaginación e inteligencia una red inmensa de libros poblada de árboles de calabazas, detectives privados, viajes en el tiempo, terrestres colonizando Marte, hombres con tatuajes e incendios.
Fahrenheit 451 es su novela más conocida y la más fácil de conseguir. Muchos afirman que trata sobre el problema ético de la censura; Bradbury mismo lo niega y afirma que habla sobre el peligro de la televisión. Pero tampoco habla de eso. Habla de los incendios, primordialmente del fuego. Un personaje de la novela explica la situación: ¿Qué hay en el fuego que lo hace tan atractivo? No importa la edad que tengamos, ¿qué nos atrae hacía él? Es el movimiento continuo, lo que el hombre siempre quiso inventar, pero nunca lo consiguió. O el movimiento casi continuo. Si se le dejara arder, duraría toda nuestra vida. ¿Qué es el fuego? Un misterio. Los científicos hablan mucho de fricción y de moléculas. Pero en realidad no lo saben. Su verdadera belleza es que destruye responsabilidad y consecuencias. Si un problema se hace excesivamente pesado, al fuego con él.
Dando referentes clásicos (porque ahora hay una gran literatura cimentada en ese tema), a la manera de 1984 y Un mundo feliz, Bradbury construye un futuro distopico dónde los bomberos ya no trabajan para apagar incendios, sino para provocarlos: los libros son gritos que se contradicen entre ellos y la contradicción lleva a la desdicha, y en ese mundo se debe ser feliz. ¿Nietzche dice que Dios ha muerto? Al fuego Nietzche y la Biblia. ¿Gandhi y Hitler discuten por qué es mejor: la paz o la guerra justificada? A la hoguera ambos. Guy Montag, miembro de la brigada de bomberos, disfruta bañar de petróleo a tantos personajes, luchadores, filósofos y poetas; evade pensar en los intentos de suicidio de su esposa, quién pasa todo el día en el cuarto de televisión, dónde vive a través de tres pantallas. Montag se dice a sí mismo que constituye un placer especial ver ennegrecerse a las cosas.
Cuando una adolescente de diecisiete años y loca (mi tio dice que ambas cosas siempre van juntas; cuando la gente te pregunta la edad contesta siempre diecisiete años y loca) llamada Clarisse aparece en su rutina diaria, Guy Montag empieza a recordar que hay un mundo que no depende de los bomberos, ni de la televisión: que todas las noches está la luna en el cielo, la hierba está cubierta de rocío en las mañanas y que los bomberos fueron creados para apagar incendios.

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