El
blues de los cazadores de rojos.
(El gran desierto, James Ellroy)
A Ellroy lo apodan el
perro rabioso de la literatura norteamericana. No es un apodo irrazonable: la
mayoría de sus novelas están ambientadas en el Hollywood de mediados de siglo. Las
drogas, el narcotrafico y los crímenes sexuales son tema gastado para los
policías. El gran desierto es la
segunda novela en una cuatrilogia denominada “el cuarteto de los Ángeles”. Cuatro
novelas que pueden ser leídas individualmente. Precedida por La Dalia negra, continúa en L. A. Confidential, y termina en Jazz blanco.
El gran desierto
inicia el primero de enero de 1950. Varios accidentes alrededor de la ciudad presagian
una década funesta. Tres personajes se presentan al lector: Danny Upshaw, Mal
Considine y Turner “Buzz” Meeks. Upshaw, el más joven, es un estudiante de
criminología con pasado de ladrón de coches, buscando investigaciones que le
den prestigio para estar en paz consigo mismo. Encuentra su oportunidad al inicio
del libro con una serie de asesinatos brutales de homosexuales: heridas de
estaca cortante (un arma utilizada por mexicanos), mordidas de animal, semen. Para
Mal Considine, al contrario, su conflicto es con el presente: hijo de un
evangelista psicópata, hermano de un ladrón de casas, intenta escalar puestos
en la Fiscalía de Distrito de los Ángeles para poder ganar la custodia de su
hijastro a su exesposa inmigrante y así defenderlo de los horrores del mundo
real. Buzz “Turner” Meeks, por otro lado, resulta el personaje más entrañable
de la novela: ludópata, apático, valiente, expolicia, matón, vive su presente
sin preocuparse por el futuro. Para él no existe otra cosa que las probabilidades.
Cincuenta a uno a que sucede tal cosa, treinta a uno a que sucede otra. Los
tres personajes son invitados a participar en una investigación sobre los
estudios de Hollywood. Objetivo: cazar comunistas. Danny, Mal y Buzz, son
arrojados a la caza, al mismo tiempo que tienen que sobrevivir a sus
desastrosas vidas privadas.
Con
una prosa tensa, sin detalles superfluos, cargada de violencia, Ellroy vuelve a
Hollywood una prisión. Sólo le queda una opción al lector: someterse a lo que
el epígrafe de Conrad advierte desde la primera página:
Estaba escrito que yo debía
permanecer fiel a la pesadilla de mi elección.
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