Venga,
estimado lector, y observe mi nuevo y brillante dragón. ¿Acaso no
se ve tan sano, acaso sus alas no se ven tan llenas de fuerza?
Bueno, eso es lo que yo le diría si tuviera un dragón.
Pero en la realidad los dragones no existen. Mire, estimado lector,
se puede pensar que muchos animales mitologicos parten de la mala
observación, de la malinterpretación de testimonios o de la
ignorancia presente en tiempos antiguos, igual que en el presente.
Más, habría que pensar otras cuestiones, y aún sin sumergirnos
hasta el fondo del lago de pirañas, ¿cuando algo es fantasioso,
cuando es fantastico, y cuando, por ejemplo, obedece al orden de lo
realista mágico? Porque míreme a los ojos: ha oido los tres
términos, a mi no me engañe.
Piense en fantasía y, sin lugar a dudas, lo primero que le viene a
la mente es J.R.R. Tolkien. Piense en lo fantástico y, de seguro, no
le vendrá nada a la mente; aunque, por ejemplo, le puedo yo hablar
de un cuento de Julio Córtazar llamado Carta a una señorita en
París, sobre un hombre que vomita conejitos. Pero, eso sí,
piense en Realismo Mágico y no pensará sino en García Marquez,
quizá incluso relacione a Juan Rulfo.
Para empezar, partamos con una premisa, que es la fantasía, como
idea atómica, como elemento de inicio. Un dragón, por ejemplo, este
dragón del que le hablaba. En una historia fanstástica, el dragón
aparece y modifica la realidad que lo rodea, preguntese, por ejemplo,
¿cómo se altera la vida cotidiana, la realidad inmediata, si
existen dragones, cómo se altera la biología? Altera el mundo que
lo rodea, así que es un elemento fastástico, diferente a la
fantasía. En la fantasía, que también es llamada la teoría de los
mundos posibles, la realidad inmediata es diferente y sigue otras
reglas, pueden ser pocas o pueden ser infinitas, y no se parece en
nada a la que vivimos; por lo general estas epopeyas pueden tener
algo de infantiloide, en el sentido, estimado lector, de que las
historias tienen alguna moraleja central y los conflictos sucitados
entre los personajes no son lo que podríamos denominar conflictos
adultos. Aquí los dragones son la ley, su existencia convive en
existencia con la de la sociedad, y ambas, a su vez, están
subordinadas a otras reglas, a otras fantasías. Y demás. En el
realismo mágico, contrario a la fantasía, la realidad, como dice el
nombre, es mágica. Lo fantástico no llega a ser una consecuencia
natural de esta realidad alterada de base, ni tampoco es lo que llega
a transformarla: en realidad no provoca nada, es parte de la pintura,
y puede tener la función de un simbolo, de una representación.
Piense, por ejemplo, en las mariposas amarillas de Mauricio
Babilonia.
Lo justo sería, por supuesto, decir que ninguna clasificación es
mejor que otra; no sobran, por supuesto, quienes rebajen a la
fantasía, por ejemplo, a género menor, a género limitado o de
adolescentes, pero como decía el buen Jorge Luis Borges, en el
prólogo a Crónicas Marcianas de Ray Bradbury: Toda
literatura (me atrevo a contestar) es símbolica; hay unas pocas
experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para
transmitirlas, recurra a lo “fantástico” o a lo “real”, a
Macbeth o a Raskolnikov, a la invación de Bélgica en agosto de 1914
o a una invasión en Marte.
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