De
Ciudad de cristal se puede decir que
es una novela detectivesca, que es una novela existencialista, incluso que es
una novela del absurdo, pero en realidad no es ninguna de las tres: la
principal característica de la primera novela de la Trilogía de Nueva York es que no es lo que aparenta: el lector es
introducido en una serie de situaciones cada vez más estrafalarias: desde casos
de niños salvajes, hasta libros ficticios (a manera de los relatos de Borges);
teorías sobre el mundo, sobre el lenguaje. Incluso sobre el Quijote. En un
fragmento, el narrador dice que el protagonista reflexionaba sobre la cuestión de por qué don Quijote no había querido
simplemente escribir libros como los que tanto le gustaban, en vez de vivir sus
aventuras. Y es que, aunque a simple vista no lo parezca, también el libro
guarda un cierto paralelismo con la historia del Caballero de la Triste Figura:
ambos tienen por protagonista una persona poseída por los historias.
En el caso de Quinn, el
protagonista de Ciudad de cristal,
son los libros de detectives.
Escrito en tercera persona, desde la
primera página el narrador advierte que no sabremos mucho de Daniel Quinn,
nuestro protagonista, más allá de que su esposa y su hijo murieron en un
accidente de avión tras del cuál Quinn se recluyó, dedicándose únicamente a
escribir novelas detectivescas que pública con el pseudónimo de William Wilson.
Sin embargo, este letargo es interrumpido cuando una noche recibe una llamada
de un hombre que pregunta por Paul Auster, el detective; Quinn decide
auxiliarlo y haciéndose pasar por Paul Auster, se encuentra con la historia de
un hombre cuyo padre lo encerró durante años en el sótano de la casa, para
lograr que su hijo pudiera regresar a hablar el lenguaje de la Torre de Babel.
Un hombre que es apenas un esbozo de lo que debió haber sido. Soy Peter Stillman, dice, pero ese no es mi verdadero nombre. Para
esto, Daniel Quinn, tiene que hacerse pasar por Paul Auster y empezar a diluir
su identidad en ese detective que no conoce. Volverse un personaje como
aquellos de los que tanto ha escrito y leído: porque lo que se le ha solicitado
seguir a Peter Stillman padre, que acaba de ser liberado de un sanatorio
mental, y que tiempo atrás juró asesinar a su hijo.
En medio de este torbellino de
identidades falsas, Nueva York se convierte en una ciudad de cristal que ante
la menor tempestad puede colapsarse. Por sus calles se escucha una anotación
que Quinn realiza en un cuaderno rojo: Lo
único que puedo decir es esto: Escúchame. Mi nombre es Paul Auster. Ése no es
mi verdadero nombre.
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