sábado, 4 de diciembre de 2010

Música de la noche. (Skin of the night-M83)



Oh, Queen of the Night!
Well, she is deep inside!
She is haunting me!
-M83

No importa el color de su pelo, que se confunde entre la noche, ni el de su piel, que es iluminada por la luna; lo que importa, lo que verdaderamente debería importar tampoco son esas caderas como curvas y colinas en alguna carretera perdida, sino el ritmo que invade a todo ese cuerpo y permite que se mueva con la música secreta que la noche transmite a algunos seres: esa música que es mucho más poderosa que la creada por los hombres y que es una droga que estimula el comportamiento felino ya sea de pantera macho ya de pantera hembra: eso es lo que él ve desde dónde esta sentado, mientras siente que, también, al verla bailar, esa música empieza a adentrarse en su alma: es la melodía buscada de los trampas recorriendo el país encima de trenes, es la melodía de los que salen a recorrer las calles de la ciudad esperando encontrar la solución al dar vuelta en alguna esquina o al adentrarse a algún callejón, siempre necesitados de absolutos, de curas, siempre ansiando la paz. Ella puede ser la Reyna de esa noche. No, más bien: es la Reina de esa noche. En ningún otro lugar del mundo hay otro ser que este recibiendo esa música en ese preciso instante. Aunque su físico fuera diferente, la música seguiría ahí, y eso es lo importante. Si ella tiene la capacidad de recibir esa música es porque no es como los demás, porque difiere de todos los asistentes a la fiesta que contonean sus cuerpos siguiendo los ritmos fabricados por el hombre; de esa asquerosa música humana que en este caso es la peor de todas: la música popular, la música que se baila por inercia y no por gusto, no por expresión corporal. Por eso sabe que ella baila la música de la noche y por eso se pondrá de pie y se dirigirá hacía ella: quiere compartir esa música, quiere dejarla embriagar todas las células de su cuerpo, hundirse en ella y despertar en la mañana con aquello que los que recorren las calles buscan sin cansancio, sabiendo, o intentando ignorar, que no es en ese anacoretismo egocéntrico y arrogante de deambular por las calles o por el país, en el que se esconde la música, sino en esta pista de baile bañada por la iluminación de la luna y de las estrellas, por la embriagante iluminación de la luna y de las estrellas.
Ella le mira: sabe que ha descubierto su secreto. No se alarma ante ello: al contrario, mueve su cuerpo felino incitándome a ir a la pista. Siente la música dentro de su cabeza: le desinhibe.
Ya en la pista, junto a ella, abrazando esas caderas que en cualquier momento ordenan a sus manos lanzarle un sablazo, la mira directo a los ojos y comprende que quizá ella no sea sólo la Reina de esa noche, sino que sea la Reina de la Noche, pero no es una reina que busque a su rey, sino una reina, como Bathory, que adora la sangre de los inocentes. Y no es algo que le impida sumergirme en la marea de la noche y de la fiesta. Ya la música popular no importa. Ya los que les rodea no existen. Sólo existen una pantera, una vampiresa, mirando su platillo antes de devorarlo, y un hombre borracho de la noche, en un juego siniestro en el que alguno de ellos deberán perder la vida, sino es que ambos; un juego del que, si se sale, no se logra hacerlo completo: el juego regresa con las penumbras, especialmente los días en que uno se queda en casa, lejos de ese mundo nocturno: esa noche que empezó en una pista de baile bañada por la iluminación de la luna y de las estrellas: esos, quizá, universos paralelos a millones de años luz, donde otros dos seres escuchan la música que la falta de luz solar y calor producen, siempre bajo la embriagante iluminación de la luna y de las estrellas.

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