Los señalamientos me susurran cuantos kilómetros me han separado de él.
Que muera ahogado en su propio vomito, que sucumba en el suelo víctima de un infarto, que lo asesinen en el descontrol de un asalto; no espero menos de eso para la conclusión de su vida: sería la justicia perfecta. Aunque no debería esperanzarme en la justicia, así cómo él no debería haber irrumpido a media noche en mi habitación, los peluches rodeándome, los relojes apáticos mirándome con sus números fluorescentes sin detener el tiempo: deténganse, quería gritarles, deténganse, pero sólo podía inundar mi cara de lágrimas que se mezclaban con la baba de su boca.
Ojalá le caiga le caiga un edificio encima. Ojalá sienta el cemento partirle el cráneo, ojalá quede sepultado entre los escombros…Ahora pienso que no debí haber estado sola en la casa, no debí haber querido ser coqueta incluso en la soledad, no debí haber usado esos vestidos…Los números fluorescentes del reloj mirándome, está amaneciendo, esperando que despierte, el sol asoma un ojo tras las colinas, los peluches guardines inservibles a mi alrededor; una cama que tiene su olor alcohólico, una habitación que ya me recuerda a él, una plática llena de indirectas en el desayunador…
Y ahora solo queda el horizonte que se traga la carretera, ahora mi única pertenencia es este coche que me libera; ahora no hay regreso ni Cassandra en mi interior: sólo quedan restos de una chica fragmentada por el hombre que la concibió, intentando olvidar los números fluorescentes, buscando el horizonte.
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